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Historia de una fotografía

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La fotografía recientemente conocida de Marilyn Monroe muerta en su cama.

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VÍCTOR FERNÁNDEZ

Todo empezó hace mucho tiempo. Alguien me había hablado de un libro disfrazado de periodismo de investigación titulado Goddess. The secret lives of Marilyn Monroe y que Planeta tradujo como Las vidas secretas de Marilyn Monroe para una de esas viejas colecciones ochenteras dirigidas por Rafael Borràs. Lo leí, claro, tenía curiosidad por lo que había escrito un periodista británico llamado Anthony Summers. La investigación que contenía el volumen me resultó excesivamente paranoica. Summers veía conspiraciones por todas partes, hasta el punto de imaginar la casa de la actriz como unas ramblas por donde pasó todo tipo de gente: mafiosos de Chicago, agentes del FBI y la CIA, galenos con aspiraciones, actores de Hollywood de segunda fila, políticos con ganas de comerse el mundo… Pero, de todo ello, me quedé con una nota a pie de página. En ella Summers afirmaba haber localizado algunas imágenes del lugar de los hechos, antes del levantamiento del cadáver de la pobre Marilyn. ¿Era verdad o un bulo? Imposible saberlo en ese entonces.

Pasados los años, uno hasta se atrevió a ponerse en la piel de un biógrafo de la primera ambición rubia de la historia, con permiso de Jean Harlow. Mientras preparaba aquel libro -que se tituló Marilyn íntima- volvieron los rumores sobre la fotografía de la discordia. Se me habló de ella en una extraña reunión que tuve en el depósito de cadáveres de Los Ángeles. Allí conocí a un tipo curioso llamado Scott Carrier y que siempre me insistió en que era bienvenido a ese depósito. ¿Me imaginaba como futuro cliente estirado en una camilla esperando bisturí y escalpelo? El caso es que Carrier tenía en su despacho una colección con informes de autopsias de famosas, estuvieran o no en su jurisdicción. Recuerdo que abrió un archivador con varias de sus joyas mortuorias, mostrándome por azar las primeras páginas del documento sobre Kurt Cobain.

-Oiga, todo esto está muy bien y tiene su gracia, pero ¿se puede leer el informe sobre Marilyn Monroe?

-Si tanto le interesa, puedo facilitarle una copia. Son diez dólares. Es mi último año aquí y no me importa ayudar.

Los pagué con la promesa de encontrar el sobre con el papeleo a mi regreso a Barcelona. “Es que tengo que pedir unos permisos, pero lo tendrá”. Luego supe, a medida que pasaban los meses sin noticias de Carrier, que siempre hacia lo mismo a incautos periodistas. Finalmente logré la copia enviada por un funcionario dolido por la mentira de Carrier, ya jubilado. Desde Los Ángeles me advirtieron de que solamente me pasaban aquello que consideraban que se podía divulgar públicamente. “Hay una parte que es privada y que forma parte de nuestros archivos. Son las fotografías”. Así que otra vez el callejón sin salida.

En 2002 me fui otra vez a Los Ángeles y, por esas casualidades de la vida, mientras asistía a un acto organizado por un club de fans de la actriz, contacté con un coleccionista europeo de Marilyn. Resultó ser poseedor de un magnífico archivo, con muy variado material gráfico. Su ayuda fue fundamental para aquel libro lejano. Él me ayudó a sortear la cosa esta de la legalidad de según qué imágenes. Un día, mientras discutíamos por teléfono el manido tema de las últimas horas de Marilyn, este amigo me dijo: “Tengo una serie de fotografías de su muerte”. El correo electrónico posibilitó el milagro de ver el material a los pocos minutos. Sí, allí estaba lo que tanto anhelaba ver, tal vez sospechando que la imagen aclararía de una vez por todas el enigma de lo sucedido en el dormitorio de la actriz. Me dio la sensación que en efecto la fotografía ponía punto y final al enigma. No había pasado más personas por esa habitación: nada de Kennedys, nada de mafiosos de Chicago, nada de CIAS o FBIS, nada de jefazos de Hollywood. En el bulevar más triste de los sueños de aquello que llaman la meca del cine, Marilyn se murió sola, víctima de pastillas recetadas por médicos que no sabían lo que recetaba su rival.

Pero decidí no dar a conocer la imagen. Pensé que un libro que celebraba la vida de alguien no era el marco adecuado para un documento de esas características. Tampoco se me ocurrió hacer cambalache comercial con la fotografía paseándola por alguna revista.

Mi libro se editó en 2006. Desde ese año y hasta ahora he guardado mi copia de la fotografía, casi con vergüenza, como el que tiene algo que decir al mundo y calla. En este tiempo descubrí que fanáticos de Marilyn, especialmente en Estados Unidos, hacían lo mismo que yo, pero pensando que de esa manera jamás se descubriría la verdad.

Finalmente, gracias al amigo Julián Viñuales, hemos podido recuperar las memorias de Thomas T. Noguchi, forense de Los Ángeles, en un libro titulado Cadáveres exquisitos. Era el momento de rescatar esa vieja historia. Pedí permiso a mi amigo coleccionista quien, además, tuvo la gentileza de conseguirme una imagen mucho más nítida y en mejor definición. Ahora ya la conoce todo el mundo y me he quitado un peso de encima. Quiero creer que no he traicionado a nadie, sobre todo a Marilyn. Quiero pensar que por una vez podemos poner punto y final a esa tragedia. Ojalá.

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CADÁVERES EXQUISITOS

Thomas T. Noguchi

Editor Víctor Fernández

Global Rythm


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