Ramón María del Valle-Inclán
VÍCTOR FERNÁNDEZ
1936 fue el peor año que han conocido -también- las letras españolas. Asesinaron a Lorca, mataron de pena a Unamuno y, a manera de prólogo de tantas tragedias y guerras, se nos fue en enero aquel a quien Manuel Machado escuchó que llamaban
el hijo de Julio Verne: Ramón María del Valle-Inclán, el gallego más importante del siglo pasado sin ningún género de dudas. 75 años más tarde, su obra respira actualidad y polémica. Barroco en muchas ocasiones en sus formas, Valle sigue siendo un escritor de una poderosa prosa, de una riqueza envidiable en su empleo del idioma. Sus argumentos son maravillosos. ¿Cómo no ver hoy en su Santos Banderas un anuncio de las políticas de Hugo Chávez, Pinochet o Fidel Castro? ¿Cómo no ver en Divinas palabras casi un fresco de la más esperpéntica de las Españas?
Yo hace años que, como Max Estrella y su escudero don Latino, adoro ver la realidad a través de los espejos del callejón del Gato. Luces de bohemia sigue siendo mi texto teatral favorito -con permiso de Lorca y Mihura-, el libro en el que me gusta pasear para reencontrarme a un Rubén Darío dialogando con Bradomín. Luces de bohemia ha sido siempre nuestro Ulises, algo de lo que por desgracia no somos muy conscientes. Creemos que pasear por Dublín es mejor que deambular por el Madrid nocturno. Tal vez sea porque nos hemos dejado llevar por el dandismo de las fotos que Gisèle Freund le tomó a Joyce, nada que ver con la barba larga y los botines agujerados que captó casi por el mismo tiempo la cámara de Alfonso Sánchez (en portada, el mielero fotografiado por Sánchez).
La pobredumbre de la literatura española anterior a la guerra no se ha estudiado con detalle. A Valle le fascinaba lo paupérrimo, la dejadez y la bohemia de Alejandro Sawa, y hoy podemos hablar de Sawa porque siempre hay algún maestro de escuela que lo cita en clase a sus colegiales. Pero pasamos de puntillas sobre la ceguera y miseria de Galdós o sobre la ruina económica en la que sobrevivió y pereció Machado (entiéndase que Antonio). Luces de bohemia contiene algo de todo eso.
Valle-Inclán nunca mentía. En todo caso, como él recordaba, decía “la otra verdad”. Pero para conocerla en toda su extensión necesitamos acceder a su obra completa. Hace bastante tiempo que Espasa hizo una edición aparentemente definitiva con los textos del escritor. No hubo reimpresiones y hoy esos dos tomos se han convertido en jugoso trofeo de libreros de viejo. Al menos este año, algo es algo, Espasa ha editado en otros sendos volúmenes, la totalidad de la prosa de Valle. Pero queremos más y, sobre todo, que el maestro vuelva al teatro.